30.11.08

El loco y mi bicicleta



Era el día de mi cumpleaños número nueve y esperaba emocionada recibir mis regalos. No sabía que cosas iba a recibir ese año, pero estaba casi segura que mis papis me iban a dar al fin una bicicleta. Y así fue, ese día el regalo mas grande y especial que tuve fue mi bici. Sin embargo, tuve que esperar hasta vísperas de navidad para poder usarla. Todos los días esperaba impaciente que llegara la tarde para poder coger mi bicicleta y salir a pasear. Ese era mi momento favorito del día, porque me sentía muy libre jugando a ser detective, buscando pistas y casos sin resolver. Una tarde paseando por el parque, vi que la luz de la parroquia estaba prendida, incitada por mi gran curiosidad me acerqué sigilosa, cuidando así cada movimiento. Quien sabe, podía tratarse de alguna jugada de mi destino que tenía que investigar. Al llegar me asomé de puntitas por la ventana, apenas llegaba a ver unas cabezas canosas y algunas cubiertas con chales. Empeñosa en mi misión de detective, busque un hoyito en algún lugar que me permitiera oír lo que conversaban adentro esas ancianitas.

Aunque no se trataba de lo que yo había imaginado, y por lo tanto mi trabajo de detective no era necesario, me quedé atrapada con todo lo que escuché. Esas señoras estaban planeando ir al manicomio a llevarles regalos por navidad a los internos. Me encantó la idea de ir con ellas y así sin darme cuenta comencé a cambiar mis tiempos limitados de montar bici, ver televisión o jugar por ir a escucharlas planear la buena obra. Faltaban pocos días para la visita a Larco Herrera, y me di cuenta que todo ese tiempo yo había sido tan solo una espía, nadie me había visto escuchándolas, ni siquiera me conocían, no era parte del grupo de ninguna manera. Y entonces escudada de mi osadía y valor entré por ese portón rechinante de madera y me presente ante ellas, les conté toda la historia y les pedí que me dejaran acompañarlas, por supuesto, ellas aceptaron. De otra forma esta historia habría llegado a su fin.

Toda mi vida yo había pensado que los locos eran personas que caminaban desnudas o haraposas perdidas por las calles, y gustaban de asustar a la gente y si las mirabas mucho eran capaces de atacarte. Eso pensé siempre hasta que llegó aquel día. El pabellón seís no abrió sus puertas inesperadamente, y un par de enfermeros con desesperanza en sus ojos nos sonreían vagamente. Mientras me adentraba en ese lugar tan nuevo para mi, sentí como si mis 9 años de pronto se hubieran multiplicado trilladamente. Me paré a observarlos, estaba totalmente ensimismada en ese mundo tan verdadero que se reproducía ante mis ojos, cada uno con una historia, con un recuerdo, con un motivo, con un deseo, cada uno tan auténtico y tan cercano a nosotros, tan vivo, frágil y humano como nosotros.

Compartimos unas horas maravillosas con ellos, cuando de pronto un de los internos mas tranquilo del grupo se me acercó con una energía desbordante. Desde lejos venía haciéndome señas como para llamar mi atención. Entonces, me abrazó fuerte, y me dijo: Paola, hijita como sigues?

Yo, mas confundida que él no atiné a nada. Los enfermeros entonces comenzaron a acercarse rápidamente como si se tratase de un animal salvaje a punto de atacarme. Yo les dije que estábamos hablando sin problemas, pero no me escucharon y lo apresaron. Entonces el comenzó a gritarme Paola tu piernita!, por favor Paola! No te vayas! Hijita por favor cuida tu piernita!. Me quebré totalmente, no entendía lo que pasaba, pero me partía el corazón verlo así, siendo atrapado por un par de enfermeros. Y así, sin entender nada volví a mi casa llena de preguntas.
Quería volver, en sus ojos había visto un brillo gastado de tanto esperar, nostalgia, tristeza. Pasaron algunos meses y volví a ese lugar, esta vez debía descubrir quien era Paola, que le había pasado, y por qué me confundía a mi con ella. Pedí a los enfermeros un lugar para cambiarme, me llevaron a un despacho. Había un olor fuerte en ese lugar, algo como aserrín quemado, y de pronto distinguí frente a mi un mueble alto de madera, que decía Historias. Sin pensarlo dos veces eché cerrojo y abrí el estante habían cuatro cajones y estaban en orden alfabético. Yo no sabía su apellido sólo sabía que se llamaba Pablo. Por suerte estaban con foto. En el primer cajón habían fotos muy antiguas así que me pase al segundo y así buscando terminé en el cuarto y ahí finalmente encontré la foto de Pablo, era un Pablo joven radiante el de esa foto. Atónita empecé a leer, habían muchos documentos que no entendía, pero debajo de todo un grupo de hojas escritas a mano. Leí rápido, muy rápido casi saltando entre las palabras hasta encontrar "Paola". Y ahí estaba: Lo que más quiero es ver de nuevo a mi hijita Paola, que tuvo un accidente y se hirió la pierna, no sé nada de ella quiero verla.

Fue lo último que leí porque entonces tocaron la puerta, me había tardado mucho tiempo en ese cuarto, y yo muy nerviosa metí rápidamente todo en los cajones y atendí a quien tocaba. Era una enfermera. Me notó agitada y pasmada. Tras mucha insistencia le conté todo. Pensé que reaccionaría mal, pero al contrario me pidió que me sentara y me contó toda la historia de Pablo.

Me desarmé por completo. Pablo había pertenecido a una familia de dinero, a los 20 años contrajo matrimonio, quedándose viudo a los 29 con una niña de 7 años. La niña se llamaba Paola, ella era la luz de sus ojos, el recuerdo vivo del amor de su vida que yacía en las fotos guardadas. Cuando Paola tenía 10 años y recién empezaba a montar bicicleta, salió como de costumbre a dar vueltas por el parque. Siempre salía con alguna amiguita pero esta vez había salido sola. Ella era toda una aventurera y le gustaba sentirse libre por completo. Esa tarde Pablo regresaba del trabajo caminando cuando a lo lejos vio que su hijita volteaba la esquina montada en su bicicleta roja. El le sonrió sintiéndose orgulloso de verla independiente. Era su niñita, su solcito, su luz de vida. Aquella tarde, esa luz se consumió, se esfumó como aroma de flores al viento, se ausentó como silencio en un parque de niños. Y así todos sus sentidos, y cabales fueron desvaneciéndose mientras al otro lado de la calle un Pablo aterrado corría destruidamente. Y estaba allí frente a esos ojitos aún abiertos, aún expresivos. Dicen que la última mirada de una persona es la más bella, incluso más de la que damos al nacer, porque está última encierra todas las anteriores y es tan intensa que parece el inicio de algo maravilloso y el final de lo efímero. Así fue la última mirada de Paola, así despidió la vida, así selló su partida.

Pablo sufrió de una manera que no creo tener idea, y junto con ese sufrimiento, sus días de "normalidad" terminaron. Desde esa tarde Pablo espera el regreso de su Paolita recuperada, sanita, con sus dos piernas y su bicicleta roja. Desde esa tarde en el despacho que descubrí por fín mi primer caso, le prometí a Paola ir a ver a su papá todos los años. Han pasado 10 años, cada vez que cruzo esa puerta de Larco Herrera dejo de ser Andrea, rejuvenezco algunos años y soy adoptada durante unas horas por un papá loco de la felicidad de "mi" regreso.



veo a E.T. dos delfines y un unicornio

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